viernes, 27 de mayo de 2011

En el tren, en todas partes.

Entrego mi billete y entro en el vagón. En la otra punta, diviso a una chica joven, morena, apoyada en la ventana con aire soñador. De lejos, su perfil recuerda al de Irene. Me quedo quieto, sin moverme de mi asiento. Aunque me gustaría hacerlo no me acerco a ella, porque sé que cuanto más me aproxime yo, más empezará ella a parecerse a sí misma, hasta hacer desaparecer a Irene de su silueta.

Ebrio de soledad, te veo a ti donde se sienta ella. Casi parece que vuelves a mirarme como lo hacías antes, con esos ojos que me mordían el corazón en cada pestañeo. Poco a poco, el traqueteo del tren se rompe en rebeldes olas azul intenso, que chocan contra la arena mojada de nuestra playa favorita, y y yo volvemos a estar juntos en una tarde de marzo. Y sonríes, y te acercas como siempre, vestida pero con los besos desnudos y el alma juguetona, enredada en tu risa y en tu olor, en las fresas con azúcar que tanto te gustaban.

Yo te digo que me pasaría el resto de mi vida mirándote, pero entonces la chica del fondo del tren, esa en la que estoy volcando tu recuerdo, se levanta y viene hacia mí. Con cada paso que da un poco más de ti cae al suelo y se deshace sin hacer ruido, mientras las facciones de esa chica comienzan a parecerse cada vez más a las facciones de una extraña. Una extraña sonriente y guapa, pero una extraña que no eres tú.

- ¿Tienes hora? - me pregunta con voz inocente, pero su mirada me pregunta algo distinto. Supongo que habrá malinterpretado que haya estado observándola todo este tiempo.

- No, lo siento. - le contesto yo. Y aunque lleve reloj, es cierto que lo siento. Siento no haber sido capaz de sacarte de mi vida todavía, Irene. Lo siento mucho.

domingo, 22 de mayo de 2011

Así que, tú te lo pierdes.

Hoy todo mi cuerpo se levantó con ganas de que me abrazaras, y que tenía un montón de escalofríos guardados que estaban esperando a que la caricia adecuada les diese rienda suelta para recorrer mi espalda. Mis oídos me pedían a gritos que cerrase los ojos para oír mejor, porque querían atrapar cualquier susurro desprevenido que se cayera de tus labios.

Yo les he prometí que, si me dejabas pasar la noche contigo, recogería todas las promesas que resbalasen de tu boca. Pero en ese punto mi corazón protestó. Dijo, y no le faltaba razón, que si me quedaba con todas esas promesas iba a pasar lo de siempre, que tú te irías y nos tocaría guardarlas todas en la nevera. Y claro, siempre pasa lo mismo, se quedan ahí tiritando hasta que acaban por caducarse sin haberse cumplido.

La verdad es que me sorprendió que fuese tan directo, y que siguiera discutiendo con mis ganas de verte incluso después de admitir que a él en parte tampoco le faltaban ganas de estar contigo.
Además, como tú bien sabes, normalmente mi pequeño regalador de latidos se vuelve un blando cuando tú entras en juego, pero esta vez ha sido diferente.
Los dos estamos hartos de que tengamos que quedarnos aquí sentados delante del congelador cada vez que tú tienes cosas mejores que hacer, y no nos gusta habernos acostumbrado a que nos trates a patadas. ¡Poco nos faltaba para acostumbrarnos también a echarte de menos!

Así que, hemos decidido que no queremos saber nada más de ti. Vamos a desperezar mi sonrisa, a sacarla de fiesta y a bailar con ella hasta que nos cierren los bares. Vamos a comernos el mundo y todas nuestras cicatrices con él. ¿Qué te parece, ojos bonitos?

sábado, 14 de mayo de 2011

Incandescente.

No voy a mentirte; me gusta que cuando nos miramos el aire se estremezca. Que se funda en un beso inmaterial y se retuerza hasta estallar en pedacitos de fuegos artificiales. ¿A quién no le gustaría sentir un orgasmo en las pupilas?

También me gusta recordar cómo, cuando susurrabas mi nombre, tu voz vibraba en cada una de mis células. Cómo por las mañanas me deshacía entre tus sábanas y los rayos de sol, oliendo un poco más a ti que a mí.

Sin embargo, odio pensar en aquel día en que decidiste irte. Te largaste, y dejaste toda mi vida llena de cenizas y desazón a partes iguales. Pero sé que esas cenizas pueden arder en cuestión de segundos, de hecho es lo que hacen cuando vuelves a mirarme como antes. Cuando te acercas, ellas se revuelven en los rincones en los que estaban escondidas, como si un pequeño torbellino estuviera de limpieza por mi tripa, y acaban formando un incendio por debajo de mi piel.

Y aunque a veces no quiera admitirlo me gusta ese incendio, me gusta que sigas quemándome el corazón. Así que... ¿por qué no vuelves, para quedarte, de una vez?