martes, 7 de septiembre de 2010

Eres la música en mí

Era el cuarto año consecutivo que cambiaba de instituto y entraba como la nueva. Recuerdo que los primeros años me costaba mucho más, pero cada nuevo curso mi afán de supervivencia arañaba un poco más mi timidez, lo que permitía que fuera odiando cada vez menos el trabajo de mis padres.

Aun así, nada me habría gustado más que poder convalidar los nervios de los días antes de empezar. Aquella última semana de vacaciones fue de las peores, porque sabía que ser extranjera multiplicaría los ojos que se fijarían en mí, al menos al principio.


Finalmente, el trece de septiembre empezó el trimestre. Cuando se acabó la última clase todos recogieron sus cosas con un suspiro de alivio; al parecer, el sentimiento de aburrimiento durante el horario lectivo era universal. Yo les imité y me deje arrastrar por la marea de alumnos que cruzaban la puerta del aula abandonando el primer día de clase.
Caminé distraíada hasta llegar a la entrada principal y, justo antes de salir me di cuenta de que me había olvidado el paraguas encima del pupitre. Volví sobre mis pasos y llegué sin dificultad al aula correcta. En un principio pensé que estaba vacía, pero al mirar más detenidamente vi que el otro chico nuevo estaba aún sentado en la mesa de la esquina de la última fila. Buscada algo en su carpeta, y cubría sus ojos rasgados con largos mechones morenos.

-Ho... - Antes de continuar me acordé de que él no entendía mi idioma. Afortunadamente, levantó la vista y pude sonreír y levantar la mano a modo de saludo. Él se limitó a inclinar la cabeza con algo parecido a una sonrisa torcida adornando sus labios finos.

Hikaru me había parecido tímido porque durante toda la mañana había hablado incluso menos que yo con el resto de nuestros compañeros, pero pensé que quizás, como yo, no hablara demasiado bien alemán. O, tal vez los gestos que yo interpretaba como un distanciamiento frío en su cultura eran simple cuestión de educación.

Cogí mi paraguas de rayas y antes de marcharme le mire de nuevo, seguía ocupado con sus papeles. No voy a mentirte diciendo que parecía necesitar hablar con alguien o algo así, era yo la que se sentía sola. Bastante sola, además, y lo peor era que al llegar a casa mis padres no habrían llegado todavía, y no podía llamar a ningún amigo para desahogarme porque saldría demasiado caro. Así que, sin darle más vueltas decidí robarle algo de tiempo para hablar con él; al fin y al cabo era la persona que resultaba más accesible a primera vista, él tampoco tenía nadie con quien hablar.

Me acerqué a su mesa y apoyé en ella mi mano derecha. Hallo, dije poco convencida de estar pronunciando bien. Él contestó amable pero sin florituras, y comprobé que su nivel de alemán era bastante similar al mio. Lo ibamos a tener complicado si pretendíamos entendernos...

Con todo y eso, conseguimos comunicarnos entre gestos y cuatro palabras básicas durante unos cinco minutos. En ningun momento puso mala cara ni me hizo sentir pesada, es más, parecía agradecido por mi presencia, como si realmente necesitara enntablar conversación con alguien tanto como yo.

No me acuerdo bien de lo último que le dije, pero él apartó la mirada con aire melancólico y se quedó mirado al suelo.

Como ya había comprobado que algo de inglés si entendía, le pregunté

- Are you ok?

Hikaru levantó la vista y clavó en los mios sus ojos oscuros. Me dio la impresión de que tenía unas ganas enormes de explicarme qué sentía. Era como si toda la información se trabara en su garganta esperando una traducción simultánea japonés-español. Dejó escapar un bufido resignado, contagiándome su derrota; no había nada que hacer, sin un idioma en común no ibamos a ninguna parte.

Contrariada, y sintiéndome aún peor que antes, intenté encontrar alguna manera de despedirme sin ser cortante, pero antes de dar con la solución sus ojos se encendieron con un brillo especial. Una luz ingeniosa y esperanzada, como si se le acabara de ocurrir la idea del siglo.
Se levantó de su silla y me hizo señas para que le siguiera. Yo arrugué las cejas interrogante, pero sabía que no sería capaz de sacarme de dudas verbalmente, así que me dejé guiar por los pasillos de mi nuevo instituto, ilusionada y curiosa.

La puerta del aula de música estaba cerrada, pero se abrió con su suave empujón silencioso y entramos despacio. Era una sala grande, con un montón de sillas con apoyo para escribir desordenadas, mirándo a la pizarra, en la que había dibujados cinco pentagramas. Entre medias había un teclado negro y en una de las esquinas del fondo un par de guitarras viejas.
El chico se sentó en el sillin del teclado y me invitó a sentarme a su lado, ahora sí, con una sonrisa simpática.

- That's the way I feel. - dijo.

No se me escapó el detalle de que había sacado la frase de un anuncio de coches, pero por lo menos servía para comunicarnos.
Poco a poco, sus manos resbalaron por las teclas blancas y negras regálandoles a mis oidos la más cristalina de las respuestas. Porque si hay un idioma universal, ése es la música.
Las notas llegaron a mí sin necesitar un diccionario bilingüe, directamente a mi corazón. Solo con eso ya teníamos una conexión especial.
Todos entendemos lo que significan unos acordes lentos, todos nos emocionamos con una melodía cargada de sentimiento, incluso si no sabemos diferenciar fa de sol al escucharlo, todos notamos la diferecia entre una melodia decepcionada, una enamorada o una alegre.

Y la de Hikaru estaba no dejaba lugar a dudas, se sentía perdido, triste, y sin duda alguna tenía ganas de volver a casa. ¿Que cómo estaba tan segura? Porque solo hacía falta escuchar, y además su canción en ese momento era la misma que la mía. Me hizo sentirme totalmente identificada, y cuando la última tecla volvió a su posición yo ya no me parecía estar tan sola.

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