sábado, 16 de octubre de 2010

Todo empezó un martes

Yo salía de la facultad, no tenía planes para el resto de la tarde y abanzaba hacia el piso de mi madre sin mirar al suelo, sorteando a la gente que se agolpaba en las calles de mi ciudad favorita. A lo lejos, un globo azul flotaba por encima de sus cabezas, frenado en su vuelo de ascenso solo por un hilo blanco. Sonreí con una nota de nostalgia dulzona, de pequeña me encantaban esos globos, tanto que en mi cumpleños siempre tenía un par de ellos en mi habitación al despertarme. Poco a poco, el globo y yo acortamos distancias.

Te paraste delante de mi, clavándome en el suelo con tus ojos marrones. Un completo desconocido, bastante guapo, por cierto.
- Si me sonríes, el globo es tuyo. - Dijiste mientras el viento desordenaba tu pelo rubio.
Aunque no me lo hubieras pedido, mis labios se habrían curvado por inercia al ver tu sonrisa, asi que sin más, ante mi expresión atónita y divertida agarraste mi mano derecha y apretaste mis dedos al rededor del hilo, con cuidado. Te fuiste como si tal cosa, y yo me empecé a reír, girándome para ver como te marchabas. Antes de perderte entre la gente, volviste la cabeza y me sonreíste una vez más. Me quedé con ganas de decirte que estabas pirado, pero me gustaba el globo, así que ¿para qué?

A la mañana siguiente, sonreí al verlo sobre mi cabeza. Desayuné y me despedí de mamá, que se iba de viaje. Repasé los apuntes del último día, me duché escuchándo música, me probé la chaqueta nueva... y si te soy sincera, no volví a pensar en tí hasta que el globo se pinchó al rozar la lámpara del techo y explotó dejando caer un papelito doblado varias veces en el suelo.

Al principio no me imaginé que tú lo hubieras puesto dentro, pero resultó que sí. Tenía escrito un número de móvil y una frase en letra cursiva.
"Si me dejas, te invito a una cerveza esta tarde.
(Por si decides guardarme en tu agenda, soy Víctor.)"


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