sábado, 7 de agosto de 2010

Contrarreloj

El tiempo sigue avanzando a sesenta minutos por hora, como lo ha hecho siempre; Sin excepciones, sin tiempos muertos, sin descanso.

Su despedida es un final inminente, pero la amenaza de no volverle a ver se difumina a lo lejos, como flotando en su cabeza, sin llegar a hacerse un sitio fijo en su agenda. Por mucho que lo intente no puede asimilarlo, demasiado tiempo juntos para
decir adiós en siete días.
Adiós y tantas otras cosas que todavía no le ha dicho... Ella contaba con años para inventar emociones nuevas, para crear recuerdos, para abrazarle, para seguir riéndose juntos, y ahora, casi sin darse cuenta, con cada movimiento de las agujas del reloj pierde la oportunidad de recordarle que le quiere una vez más.
Siete días, ni uno más. Menos de 200 horas para verle sonreír. ¿Y después? ¿Quién podría imaginarse una vida sin él? Ella no, todo le parece demasiado diferente, frío, un completo caos.
Cuando trata de pensar en un supuesto septiembre sin oír su voz un nudo molesto se instala en su garganta y vuelve a tener ganas de llorar. Por miedo, por impotencia, porque sabe que aprenderá el superlativo de echar de menos en cuanto él ponga un pie en el avión.

Se agota viendo las manecillas moverse, cada segundo es uno menos. Exhausta, aparta la mirada del reloj y bloquea su corazón, anestesia su impaciencia y cierra los ojos. Está dormida y él no está con ella, es decir, ya está perdiendo el tiempo otra vez.

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