sábado, 28 de agosto de 2010

Cuidar de las estrellas puede ser un buen castigo

La luz me despierta y adormilada me refugio entre las sábanas. Como siempre, aún parece demasiado pronto.
Me froto los párpados despacio, intentando desperezarme y cojo el móvil. Once menos cuarto. Resoplo, me encantaría quedarme aquí tirada, pero no puede ser, es tarde y sigo teniendo un montón de cosas que hacer.
... Ahora que tengo el teléfono en la mano no puedo evitarlo, si lo hago antes de que termine de despertarme y mi conciencia esté completamente despejada, puedo leerlo sin arrepentirme después. Sí.
Me meto en mi bandeja de entrada y recorro con los ojos entreabiertos sus palabras una vez más. Es un mensaje corto, no como la historia que se esconde detrás de él, ni como los minutos cuando la persona que lo escribió no está a mi lado. Es un mensaje que a pesar de todo acaba con una despedida.

Al llegar al punto final siento como algo golpea insistentemente mi caja secreta. Oh, vaya, parece que las ganas que echar de menos están algo inquietas. Pero no puedo dejarlas salir... sé que ahí dentro, con tanto sentimiento confuso casi no tienen espacio, pero tengo que conseguir que se queden donde están; Guardarlas es tan necesario como lo era decir adiós.

Y desde luego que lo segundo era absolutamente necesario, porque las cosas no podían seguir así.
Reconozco que todo amenazaba con ponerse patas arriba porque forcé demasiado la cerradura de mi cajita, y de hecho no sé cómo no acabó por romperse de tanto abrirla y cerrarla sin ton si son...
Recuerdo que, cuando Él venía, yo sacaba las miradas cómplices y se las regalaba. Vaciaba casi por completo mi pequeño escondite y él se llevaba alguna docena de mis sonrisas, yo le daba rienda suelta a mi locura y me empapaba de sentimientos amables. Pero antes o después Él desaparecía y yo volvía a guardarlo todo, absolutamente todo, como si nunca hubiera pasado nada. Y todo esto en silencio, sin poder preguntar cuándo pensaba volver, sin poder llamar la atención porque, claro, era un secreto, no se podían dar voces.

¿Y qué pasó? Que yo quise gritar, quise saltar, quise no tener que ocultar que algo había cambiado, que sentía algo especial a jornada completa y no solo cuando no había nadie mirando. Eso era lo que quería, tanto lo quería que las últimas veces que él desapareció me costó mucho más dejarlo todo ordenado. La cerradura chirriaba, los sentimientos se resistían a desparecer sin más y... y se tuvo que acabar. O todo o nada, no podía darle una tercera opción porque yo misma no tenía otra opción.

Acordamos decir adiós, y no por susurrarlo el trato fue menos molesto. Pero un trato es un trato, y yo he asegurado perder la llave de mi cajita, así que no sé qué hago pensando en todo esto. Fuera, se acabó. Por ahora voy a dejarme de recuerdos ácidos, sí, lo mejor va a ser bajar a desayunar.

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