jueves, 5 de agosto de 2010

Su pequeña A

Ana se rie, dejando que su felicidad se expanda por la piel de Adrián. Despreocupada, agacha la cabeza entre carcajadas cristalinas, y al levantarse otra vez un rayo de sol se cuela en sus ojos, dibujando contrastes esmeralda donde antes reinaba un verde uniforme (cuyo monocromatismo tampoco habría pasado despercibido).
Todo parece permanecer inmóvil durante un minuto, todo menos los mechones castaños de ella que se dejan mecer por el viento y el corazón de él, que no puede parar de latir. En ese momento, Adrián se siente dulcemente vulnerablefrente a ella. Expuesto a sus movimientos, sean cuales sean. Entiende que una sola palabra suya podría arrancarle una lágrima y que por un beso sería capaz de convertirse en Becquer. Pero su nuevo talón de Aquiles no le resulta molesto, el riesgo merece la pena. Aunque solo sea por no perder la sensación que le recorre cuando la abraza y se empapa de su perfume, por no olvidar que ahora todo ha cambiado de color.

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